Calamar, Pueblo de relatos
Por: Elianis Peréz
Una crónica desde el
municipio de calamar, localizado al noreste del departamento de Bolívar, en la
región del Canal del Dique.
La tierra
es fina. En ella quedan registradas las huellas de los caminantes, de los
taburetes, de los caballos, de los cerdos, de las gallinas y del viento.
Calamar, no está adoquinada. La tierra es un patrimonio inconmensurable. Cuando
se camina, los pies quedan empolvados, por eso es una costumbre sacudirse a la
hora de acostarse a dormir.
Los meses
más bonitos son julio (cuando se celebran las fiestas patronales) Diciembre y
febrero (tiempo de vacaciones, Navidad y carnavales). Los que se han ido a las
ciudades regresan para compartir estas fechas en familia. Si hay bastante
personal, nadie duerme en la calle. Cuando una casa se cierra, se convierte en
un solo cuarto.
Aquellos
que vienen de la ciudad son perfectamente observados por la comunidad. No se
escapa ningún detalle, sobre todo si se trata del aspecto físico, no falta esa
persona que dice sin inhibiciones:
Claro, en
algunas ocasiones las críticas no son tan favorables; Calamarense que se
respete dice las cosas sin maquillarlas:
- Oye, te
veo escuálido y ‘quemao’. Te hace falta comer buena yuca con arenca.
Todo aquel
que desee engordar debe comer la arenca, pescado típico y apetecido por la
mayoría de los habitantes, y que es transportado a los mercados de Calamar
Bolívar. Sus mejores acompañantes son la yuca, el arroz, el guineo verde
cocido, el bollo de yuca y el bollo limpio. El rio magdalena es la cuna de las
arencas; es un escenario encantador: todo aquel que visita Calamar, no se va
sin haberse dado un chapuzón.
Calamar es
ardiente, y en las casas no pueden faltar cartoncitos para aliviar el fogaje.
Tampoco puede faltar leña, pues las mejores comidas se hacen en el fogón. Los
platos no tienen comparación: ningún restaurante citadino supera las delicias
que llevan impregnadas ese humito sagrado de la hornilla.
Tanto en
la cocina como en el baile hay sabrosura. El baile tiene un sabor agridulce.
Las noches de los ochenta y noventa eran de pura rumba. En esas épocas (aparte
del vallenato) tenían por delante la canción “Sopas de caracol”, de la
agrupación musical hondureña Banda Blanca, y la terapia africana, ‘El
Giovanni’. Los adultos y la ‘pelaera’ se juntaban y armaban sus coreografías y
se reían de los pases que se inventaban.
Un
vallenato de los clásicos y un trago de caña le levantan el ánimo a los
desenamorados y desesperanzados. Nadie se queja cuando se coge un día
exclusivamente para parrandear. Tampoco sorprende que haya cantinas con nombres
como “La isla”, “Privilegio” y “La niche”. Estas denominaciones son parte de su
cotidianidad y cultura.
Algunos
muchachos y muchachas aprovechan las fiestas de julio y diciembre para casarse,
o bueno, como dicen los Calamarense: “salirse”. Las muchachas se van al baile
en conjunto, y todos los que las ven pasar, las cuentan. Cuando se regresan,
las vuelven a contar. Y este es el diálogo habitual que surge cuando el grupo
que se fue a bailar no regresa completo:
- Las
cuentas están malas.
No
existen tapujos para decir lo que se piensa del otro, sobre todo si se trata de
mencionar los defectos. Esto se hace cara a cara, bien sea en medio de una
discusión o de una mamadera de gallo:
- Te
pareces a una chiva ‘entaconá’
- Qué vas
a ‘hablá’, si te pareces un nacido de bajo de la lengua
-
Y tú, nariz de toporotoporo
En
Calmar se disfruta de la vida, se juega con las figuras literarias, siempre hay
historias pendientes por contar y el pasado se deja esculcar para seguir
dándole camino a los recuerdos. Y aunque es una población pequeña, la hermandad
es monumental; así como su suelo, tierra, cielo y rio.
Finalmente,
quiero hacer una aclaración: cuando escuchen a alguien decir: ¡Calamar es
bonito y sabroso!, no vayan a creer que es un pez. No, señoras y señores,
Calamar Municipio que está hechos de estos pequeños relatos, donde ríen y
lloran sin olvidar que Calamar Bolívar, es un municipio pequeño, pero que no es
un infierno grande.


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