jueves, 30 de mayo de 2019

Calamar, Pueblo de relatos

Por: Elianis Peréz


Una crónica desde el municipio de calamar, localizado al noreste del departamento de Bolívar, en la región del Canal del Dique.





La tierra es fina. En ella quedan registradas las huellas de los caminantes, de los taburetes, de los caballos, de los cerdos, de las gallinas y del viento. Calamar, no está adoquinada. La tierra es un patrimonio inconmensurable. Cuando se camina, los pies quedan empolvados, por eso es una costumbre sacudirse a la hora de acostarse a dormir.

Los meses más bonitos son julio (cuando se celebran las fiestas patronales) Diciembre y febrero (tiempo de vacaciones, Navidad y carnavales). Los que se han ido a las ciudades regresan para compartir estas fechas en familia. Si hay bastante personal, nadie duerme en la calle. Cuando una casa se cierra, se convierte en un solo cuarto.

Aquellos que vienen de la ciudad son perfectamente observados por la comunidad. No se escapa ningún detalle, sobre todo si se trata del aspecto físico, no falta esa persona que dice sin inhibiciones:


Claro, en algunas ocasiones las críticas no son tan favorables; Calamarense que se respete dice las cosas sin maquillarlas:

- Oye, te veo escuálido y ‘quemao’. Te hace falta comer buena yuca con arenca.

Todo aquel que desee engordar debe comer la arenca, pescado típico y apetecido por la mayoría de los habitantes, y que es transportado a los mercados de Calamar Bolívar. Sus mejores acompañantes son la yuca, el arroz, el guineo verde cocido, el bollo de yuca y el bollo limpio. El rio magdalena es la cuna de las arencas; es un escenario encantador: todo aquel que visita Calamar, no se va sin haberse dado un chapuzón.

Calamar es ardiente, y en las casas no pueden faltar cartoncitos para aliviar el fogaje. Tampoco puede faltar leña, pues las mejores comidas se hacen en el fogón. Los platos no tienen comparación: ningún restaurante citadino supera las delicias que llevan impregnadas ese humito sagrado de la hornilla.
Tanto en la cocina como en el baile hay sabrosura. El baile tiene un sabor agridulce. Las noches de los ochenta y noventa eran de pura rumba. En esas épocas (aparte del vallenato) tenían por delante la canción “Sopas de caracol”, de la agrupación musical hondureña Banda Blanca, y la terapia africana, ‘El Giovanni’. Los adultos y la ‘pelaera’ se juntaban y armaban sus coreografías y se reían de los pases que se inventaban.

Un vallenato de los clásicos y un trago de caña le levantan el ánimo a los desenamorados y desesperanzados. Nadie se queja cuando se coge un día exclusivamente para parrandear. Tampoco sorprende que haya cantinas con nombres como “La isla”, “Privilegio” y “La niche”. Estas denominaciones son parte de su cotidianidad y cultura.


Algunos muchachos y muchachas aprovechan las fiestas de julio y diciembre para casarse, o bueno, como dicen los Calamarense: “salirse”. Las muchachas se van al baile en conjunto, y todos los que las ven pasar, las cuentan. Cuando se regresan, las vuelven a contar. Y este es el diálogo habitual que surge cuando el grupo que se fue a bailar no regresa completo:

- Las cuentas están malas.

- Una se salió por ahí con alguno. Pudo haber sido con un Suanero o con un Barranquillero.


No existen tapujos para decir lo que se piensa del otro, sobre todo si se trata de mencionar los defectos. Esto se hace cara a cara, bien sea en medio de una discusión o de una mamadera de gallo:

- Te pareces a una chiva ‘entaconá’

- Qué vas a ‘hablá’, si te pareces un nacido de bajo de la lengua


- Y tú, nariz de toporotoporo

En Calmar se disfruta de la vida, se juega con las figuras literarias, siempre hay historias pendientes por contar y el pasado se deja esculcar para seguir dándole camino a los recuerdos. Y aunque es una población pequeña, la hermandad es monumental; así como su suelo, tierra, cielo y rio.

Finalmente, quiero hacer una aclaración: cuando escuchen a alguien decir: ¡Calamar es bonito y sabroso!, no vayan a creer que es un pez. No, señoras y señores, Calamar Municipio  que está hechos de estos pequeños relatos, donde ríen y lloran sin olvidar que Calamar Bolívar, es un municipio pequeño, pero que no es un infierno grande.

crónica de semana santa


Los niños <cruzados> de Sitio Nuevo Magdalena: una tradición latente encerrada en un mito

Por Paula salcedo


Año tras año los niños no bautizados del pueblo de sitio nuevo magdalena, son rezados y bañados en “aguas de limpieza” para evitar que las brujas se ‘los lleven’, esta es una tradición nacida de un mito en los tiempos de los tatarabuelos.


6:30 am la familia despierta justo antes de salir el sol, justo al cantar del gallo, se siente el fresco de la mañana y el olor a madera quemada producto de la fogata de la noche  anterior, la matriarca de la familia, la señora Rosalba Meriño, se levanta dando gracias a Dios, luego de lavarse el rostro lleno de arrugas, con una sonrisa brillante a la que le faltan unos dientes, pone la olla del café en el fogón de leña, “ ‘juanca’ ve con los pelaos y revisen la ‘atarraya’ ”, comienza a dar órdenes a todos los integrantes de la familia que ya están despiertos.

Mientras enciende otra hornilla de leña me dice: “A los pelaos en el monte hay que cruzarlos cuando no están bautizados, los espantos y las brujas que andan de noche reconocen cuando un niño no lo está”; comienza a moler el maíz y a calentar el agua para los bollo de mazorca, en ese instante llegan los jóvenes pescadores con el botín, “joven, venga, escoja el que más le guste”, dichosa escojo el que más bonito se ve a mi parecer, comienzan a escamar los peces y una escama del pescado le cae en el ojo ella mirándome me pide que se la retire y continua con la historia, “cómo le decía, aquí todos hemos sido cruzados, yo hasta me asegure con un punto de cruce en la espalda”, en ese instante se sube la camiseta y me muestra una marca parecida a un tatuaje en la parte de la escapula, ”espero que todos mis nietos sigan con la tradición, y no lo dejen perder”.



Al medio día, el sol inclemente comienza a hacer estragos en el cuerpo, aquí solo se escucha el canto de los pájaros y el rebuznar de los burros, reunidos en el rancho escucho como los jóvenes hacen alardes de sucesos paranormales que han vivido en sus faenas matutinas, “mi abuela me dijo no te vayas pal´ monte hoy, ve que es viernes santo, yo todo macho man, ensille el caballo y arranque a eso de las siete, en el camino el animal se había puesto brioso y no quería avanzar, yo todo terco comencé a pegarle para que caminara y el pobre animal asuta´o me tiro al suelo, cuando levante la mirada, había una <vaina> en un <palo> de trupillo, parecía un pájaro pero tenía el tamaño de un niño de tres años, en esos momentos me asuste, recordé un rezo que me dio mi abuela y la <joda> esa se fue”; los vellos del cuerpo se me erizaron.

Según explica la señora Rosalba, para cruzar a un niño se necesitan varias cosas, “ eso depende de qué clase de cruce se haga, si es para un niño de más de un año que no está bautizado se necesita un limón, al santero y una virgen, se corta el limón en cruz y mientras el santero da un rezo quemando una mata de <matarraton> la virgen camina en cruz sobre el niño exprimiendo el limón en las puntas”; “si es para un bebé, se le reza una <manillita> de nailon rojo y se le cruza una tijera bajo el colchón donde duerme, esto aleja a los espíritus de los bebés, es cómo un repelente”.



Tanto las nuevas como las antiguas generaciones han pasado por este ritual de “cruzarse”, muchos de ellos no creen en estas cosas, pero aun así lo hacen en respeto a las   tradiciones familiares.

Carlos Pacheco “El Chema”, es el santero del pueblo, tiene 65 años, de los cuales lleva más de 50 rezando y cruzando a los niños del pueblo y sus alrededores, es conocido por todos, con su cabellera canosa y sus dientes  chuecos  y amarillos, carga en el cuello infinitud de collares con cuencas de todos los colores, el solo verlo genera curiosidad, su manera de hablar es calmada  y pausada, sin rechistar responde mis preguntas. Me concede una entrevista a eso de las 3 de la tarde, bajo un árbol sentado en una butaca.

Él me explica que esto es más  que una simple tradición, es parte de su vida y la de los habitantes de Sitio Nuevo, “esto  es parte de la historia de todos los que vivimos y crecimos aquí, mi papá me lo enseño y a él su papá, es mi forma de ganarme la vida”.

Pescado y arroz de frijolito: comida santa Por Paula Salcedo Esta es una típica  comida de la semana santa en muchos de los hogares co...